Geovani Galeas
Introducción
En su libro Sin vencedores ni
vencidos, Joaquín Villalobos sostiene que se necesita inteligencia para
hacer la guerra, pero que su desarrollo hace que la fuerza se vuelva más
importante que la razón: «Una vez desencadenada la confrontación violenta, el
principio de quebrar la voluntad de combate del enemigo es el que rige para
ambos bandos y quebrar esa voluntad puede requerir desde ganar el corazón y la
mente del enemigo, hasta la eliminación física y la tortura de este».
Así se justifique por la defensa
de la patria o por la conquista de la justicia y la libertad, toda guerra
obedece a ese principio, que a su vez se funda en la convicción de que el fin
justifica los medios. Para los revolucionarios, ese espinoso problema moral,
del que no se habla o solo se aborda con evasivas y ambigüedades, en realidad
fue resuelto de manera explícita por León Trotsky, en 1938, en su libro Su
moral y la nuestra.
Luego de establecer la
existencia de una moral burguesa y una moral revolucionaria regida por los
imperativos de la lucha de clases, Trotsky afirma que si el fin es la
emancipación del proletariado, cualquier medio para conquistada está permitido
en la lucha, incluyendo el terrorismo y el asesinato. «Para un revolucionario
es inmoral todo lo que perjudica a la revolución, y es moral todo lo que la beneficia», resume el ruso.
Así, una buena parte de las
decisiones y de los hechos de guerra se fraguan y se ejecutan en la
clandestinidad, sin que de ello quede más registro que la memoria de los jefes
y combatientes involucrados, los cuales asumen el compromiso, casi siempre
sellado con sangre, de preservar el secreto.
Ese es el lado oscuro de la guerra, lo que
sus protagonistas, sobre todo en
los niveles de jefatura, no revelarán jamás salvo en casos excepcionales. Y aun
así lo harán de modo fragmentario, dejando aspectos sin aclarar, no solo por
ocultar o relativizar la propia responsabilidad personal, sino también porque
una acción conspirativa es, entre otras cosas, una orquestación en la que cada uno
de los participantes solo conoce una parte y no el conjunto del plan, de sus
objetivos finales y de los pasos para alcanzados.
Por eso es prácticamente
imposible alcanzar un grado absoluto de verdad en la investigación y el relato
de ese lado oscuro de la guerra, en el que en nuestro caso se inscriben, entre
otros muchos, secuestros y asesinatos de empresarios por parte de las
guerrillas, la operación de los escuadrones de la muerte de la derecha, las
pugnas internas que le costaron la vida a Roque Dalton, en el ERP, al
comandante Ernesto Jovel, en la RN, y a la comandante Mélida Anaya Montes, en
las FPL.
En todo ese lado oscuro hubo un
intenso juego de simulaciones e infiltraciones de la inteligencia y la
contrainteligencia de ambos bandos, así como de los servicios secretos de sus
respectivos aliados estratégicos externos. Este último punto aumenta la
dificultad ya señalada. Sin embargo, consciente de esas limitaciones, me
propuse escribir un libro. Para eso leí prácticamente todo lo publicado al
respecto, pero sobre todo conversé con varios de los principales protagonistas de esos hechos en ambos bandos.
Me propuse además el desafío de
que el relato, partiendo de la crónica periodística y sin faltar a la veracidad
de las versiones que sobre esos hechos obtuve, intentara aproximarse a la
dignidad de la prosa literaria. El resultado es la primera parte de Héroes bajo sospecha.
Nota: una versión de este texto
fue publicado en La Prensa Gráfica el16 de abril de 2013.
Gáleas, G. (2013). Héroes bajo sospecha; el
lado oscuro de la guerra salvadoreña. Parte I. San Salvador, El Salvador:
Athena.
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