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Luciérnagas en El Mozote


Deseamos hacer una reflexión sobre la importancia cultural que, para los salvadoreños de hoy
y del mañana, tienen obras como Luciérnagas en El Mozote, presentada en esta oportunidad
por El Museo de la Palabra. Algunos consideran que rememorar nuestra historia reciente, significa subvertir el proceso de paz, y por tanto esos acontecimientos deben ser olvidados y sepultados junto a sus setenta mil muertos. En El Salvador el temor hacia la verdad histórica se ha mezclado con la falta de conocimiento de ella. Esta actitud se ha convertido en una norma institucionalizada desde nuestros inicios como nación y asimilada traumáticamente como herencia cultural.
Es ilógica la renuencia, la incomodidad, ante la evocación reflexiva sobre la pasada guerra cívíl, en tanto esta constituye el hecho trasformador más importante en la vida de la nación. Es necesario, apartar la visión partidista en el estudio de la historia, para encontrar en ella las claves de nuestra identidad. Como complemento del proceso de maduración que experimenta la sociedad salvadoreña, es necesario que desaparezcadefinitivamente el temor a enfrentar nuestra propia historia.
Como lo demuestra Mark Danner, la masacre de El Mozote se trató de ocultar a través de medios poderosos y sofisticados, al igual que otras páginas históricas que, por horrendas, se pretendieron borrar de la memoria colectiva. Existen muchas verdades por reconocer y aceptar públicamente, no importa cuán terribles sean. Para consolidar la paz es preciso evitar el ocultamiento del pasado. "Sin historia no se es y con una historia falsa, ajena, se es otro, pero no uno mismo", señala Guillermo Bonfil Batalla. Los salvadoreños debemos recuperar y reconstruir nuestra propia historia: este es uno de los tantos mensajes que nos da la lectura de Luciérnagas en El Mozote, publicación que nos hace comprender que la paz no se puede alcanzar plenamente de espaldas a la verdad; y que esta no puede establecerse sin el conocimiento de la historia. Evidentemente, la verdad histórica, por sí sola, no trae consigo la paz. Es necesario aunar a ella la justicia social. Estas páginas constituyen un acto de evocación a los mil salvadoreños sacrificados en El Mozote; tornar conciencia crítica sobre la demencia que motivó este hecho, es el mejor homenaje que podemos rendirle, junto a la solidaridad del recuerdo, en la busque da de formas de vida mas humanas y equitativas.En ese sentido, compartimos la idea expresada por los pobladores de Nueva Esperanza en Usulután, quienes celebraron un aniversario de su repatriación, con el lema: De la memoria nace la esperanza! La memoria histórica de los salvadoreños debe ser viva, activa y efectivamente solidaria. Pero, ¿cómo lograrlo, en una sociedad que no sabe ni conoce el valor de su historia y cree vivir en paz, cuando no ha alcanzado aún la paz con su pasado?
Es necesario tener claro que el fin del enfrentamiento armado es sólo una parte de la globalidad en el concepto verdadero sobre la paz de una nación. Hace falta ganar la paz social deteniendo la guerra que la pobreza, el hambre, la enfermedad, el analfabetismo y la delincuencia están librando contra la población. Si realmente deseamos construir un futuro sobrecimientos sólidos, también es necesaria la paz con nuestra historia. Si se considera que para lograr esta paz histórica es necesario perdonar, es erróneo que sea necesario olvidar. Unir el perdón con el olvido ha sido una regla constante que de muchas maneras se ha aplicado en nuestra historia latinoamericana. Esto ha derivado en graves consecuencias; ante la ausencia de memoria histórica, reincidimos constantemente en los errores del pasado, sin poder anticipamos a sus males.
Ignacio Ellacuría afirmó que es en la injusticia económica, especialmente, donde "radica el principio básico de todos los problemas sin cuya solución los conflictos rebrotarán incesantemente". "A lo largo de la historia, tanto en el período colonial corno en el independiente, ha habido conatos de protesta y cambio de una situación que se hacía insostenible objetivamente, sea para determinados grupos sociales, sea para el conjunto de la sociedad". La guerra civil salvadoreña fue un rebrote más, pero el más pronunciado de toda una larga cadena histórica de protestas y rebeliones. Por ello, no podemos aceptar que esta fue una fatalidad y, corno tal, estaba inscrita en nuestro destino colectivo. Corno también resulta demasiado fácil aceptar que en El Salvador fuimos simples víctimas de la guerra fría.
En su discurso del 16 de enero de 1992, el entonces presidente de la república, Alfredo Cristiani, reconoció las principales causas de la guerra civil salvadoreña cuando expresó: "Nos quedaríamos injustamente cortos si viéramos sólo hacia el pasado inmediato para medir la magnitud de lo que ocurre en El Salvador. De un tiempo a esta parte, la crisis en que se vio envuelta la nación salvadoreña en el último decenio, no surgió de la nada ni fue producto de voluntades aisladas. Esta crisis tan dolorosa y trágica tiene antiguas y profundas raíces sociales, políticas, económicas y culturales. En el pasado una de las perniciosas vallas de nuestro esquema de vida fue la inexistencia o insuficiencia de los espacios y mecanismos necesarios para permitir el libre juego de las ideas, el desenvolvimiento natural de los distintos proyectos políticos derivados de la libertad de pensamiento y de acción. En síntesis. la ausencia de un verdadero esquema democrático de vida". La guerra civil salvadoreña fue por tanto  una confrontación anunciada, pero si en verdad se anunciaba, ¿cómo no pudo verse y evitarse? ¿cómo se permitió su desarrollo infernal al grado que se llegó a masacrar a poblaciones enteras en nombre de la patria? ¿Cómo se permitió que tantos niños inocentes murieran víctímas de las minas o de los operativos militares? ¿cómo se llegó al grado de cegar la vida de más de 70.000 personas? ¿cómo fue posible que en un país tradicionalmente católico se asesinara a monjas, sacerdotes y hasta a un obispo como Monseñor Romero? De haber existido en la población salvadoreña de los años 70, y principalmente entre la clase dirigente de esa época, memoria histórica que posibilitara reconocer que la guerra civil se anunciaba, el conflicto fratricida posiblemente se hubiera evitado. La interrogación fundamental es entonces, ¿por qué en
El Salvador no hemos tenido una inclinación a conocer y estudiar nuestra propia historia?
A nuestro juicio una de las causas radica, en el ocultamiento, en el embargo que desde el poder. se ha hecho de la historia real, paralelo a la manipulación que los intereses partidistas de todos los colores han hecho de la interpretación histórica. Todos hemos naufragado en el simple esquema de los buenos y los malos y en el temor a miramos al espejo donde afloran las verdades.
Es interesante detenernos en la parte final del testimonio de Rufina Amaya, cuando nos dice: "Siento un poco de temor al hablar de todo esto. pero al mismo tiempo reflexiono que mis hijos murieron inocentemente. ¿Por qué voy a sentir miedo de decir la verdad? Ha sido una realidad lo que han hecho y tenemos que ser fuertes para decirlo. Hoy cuento la historia ... "
Aquí encontramos una clave interesante sobre la dramática y cierta necesidad que tenemos los salvadoreños de preservar la memoria. apartando los temores hacia la verdad para construir la nación que deseamos y avanzar hacia el futuro, como dice Leopoldo Zea, únicamente por medio de la historia podremos "tomar conciencia no sólo de lo que somos, sino también de por qué somos así y no de otra manera".Estar en paz con el pasado significa, por tanto, conocer y aceptarlo tal como fue. Para conocerlo y aceptarlo es necesario recuperarlo y reconstruirlo, con una sistemática labor de investigación y estudio. En esa tarea, es necesario revisar a fondo el sistema educativo en lo relativo a la enseñanza de la Historia. Debemos respondernos algunas preguntas y elaborar propuestas. ¿Dónde y cómo se han de formar los profesores en Historia, Antropología o Arqueología, en un país donde no existen estas ciencias como carreras universitarias? ¿Qué podemos hacer para animar a nuestros jóvenes al estudio de estas disciplinas, y aprovechar el interés que estas despiertan en ellos, cuando se les facilita materiales y técnicas de enseñanzas atractivas?
Al mismo tiempo, debemos actuar con urgencia para rescatar nuestro patrimonio cultural e histórico, preservando las fuentes historiográficas abandonadas a las condiciones climáticas y a la desidia. En esta tarea, trata de dar su aporte El Museo de la Palabra y la Imagen.
Estos empeños deben formar parte de la agenda nacional, en el esfuerzo colectivo de refundar
El Salvador, mirando hacia el futuro, sin odios ni intolerancia. La memoria histórica es imprescindible para consolidar la paz, construyendo una verdadera justicia social, garantía de que jamás retorne el lenguaje de las armas ni se repita la locura de El Mozote.


Fuente: Amaya, R., Danner, M. y Henríquez Consalvi, C. (2008). Luciérnagas en el Mozote.
            (8ª. Ed.). San Salvador: Museo de la Palabra y la Imagen.

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