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Poemas Clandestinos




Sea cual sea su calidad, su nivel, su finura, su capacidad creadora, su éxito, el poeta para la burguesía sólo puede ser:
SIRVIENTE,
PAYASO o
ENEMIGO
El payaso es un sirviente "independiente" que nada maneja mejor que los límites de su propia "libertad" y que un día llegará a enrostrarle al pueblo el argumento de que la burguesía "sí tiene sensibilidad". El sirviente propiamente dicho puede tener librea de lacayo o de ministro o de representante cultural en el extranjero, e inclusive pijama de seda para entrar en la cama de la distinguidísima señora.
El poeta enemigo es ante todo el poeta enemigo. El que reclama su pago, no en halagos ni en dólares sino en persecuciones, cárceles, balazos. Y no sólo va a carecer de librea y de frac y de trajes de noche, sino que se va a ir quedando cada día con menos cosas, hasta tener tan sólo un par de camisas remendadas, pero limpias como la única poesía. Parafraseando a Althusser, diremos que él que "Instruido por la realidad aplastante y los mecanismos ideológicos dominantes, en constante lucha contra ellos, capaz de emplear en su práctica poética -contra todas las "verdades oficiales" - las fecundas vías abiertas por Marx (prohibidas y obstruidas por todos los prejuicios reinantes), el poeta enemigo, no puede ni pensar en realizar su tarea, de naturaleza tan compleja y requerida de tanto rigor, sin una confianza invencible y lúcida en la clase obrera y sin una participación directa en su combate".

                                                                                                Los Autores*

* En verdad, "los autores" es únicamente Roque Dalton, quien para disfrazar su presencia en el país publica sus poemas con diferentes seudónimos, los cuales se han conservado en esta edición: Vilma Flores, Timoteo Lúe, Jorge Cruz, Juan Zapata y Luis Luna.


 Fuente: Dalton, Roque. (2000). Poemas Clandestinos. (2ª. Ed.). San Salvador: UCA Editores


                                                           Portada de libro Edición Ocean Sur


Cinco poetas, cada uno con su retórica personal, se dan cita en este cuaderno para, desde el prisma de cada cual, redimir a la poesía como forma de lucha, como acción revolucionaria y no como mero ejercicio de distanciamiento burgués. Cada «autor» echa mano a sus argumentos, estilos e ironías para abrazar sus tesis; pero todos tienen algo en común: no son más que seudónimos de Roque Dalton.
Aunque este libro se ha publicado en varias ocasiones bajo la denominación de Poemas clandestinos, la presente edición de Ocean Sur ha querido entregarlo a sus lectores con su
título original, inseparable del compromiso político del gran poeta salvadoreño, una de las voces eternamente jóvenes de América Latina.

Los policías y los guardias

Siempre vieron al pueblo
como un montón de espaldas que corrían para allá
como un campo para dejar caer con odio los garrotes.
Siempre vieron al pueblo con el ojo de afinarla puntería y entre el pueblo y el ojo
la mira de la pistola o la del fusil.
(Un día ellos también fueron pueblo
pero con la excusa del hambre y del desempleo
aceptaron un arma
un garrote y un sueldo mensual
para defender a los hambreadores y a los desempleadores.)
Siempre vieron al pueblo aguantando
sudando
vociferando
levantando carteles
levantando los puños
y cuando más diciéndoles:
«Chuchos hijos de puta el día les va a llegar».
(Y cada día que pasaba
ellos creían que habían hecho el gran negocio
al traicionar al pueblo del que nacieron:
«El pueblo es un montón de débiles y pendejos -pensaban-
qué bien hicimos al pasamos del lado de los vivos y de los fuertes»).
y entonces era de apretar el gatillo
y las balas iban de la orilla de los policías y los guardias
contra la orilla del pueblo
así iban siempre
de allá para acá
y el pueblo caía desangrándose
semana tras semana año tras año
quebrantado de huesos
lloraba por los ojos de las mujeres y los niños
huía espantado
dejaba de ser pueblo para ser tropel en guinda
desaparecía en forma de cada quién que se salvó para su casa y luego nada más
solo que los Bomberos lavaban la sangre de las calles.
(Los coroneles los acababan de convencer:
«Eso es muchachos -les decían-
duro y a la cabeza con los civiles
fuego con el populacho
ustedes también son pilares uniformados de la Nación
sacerdotes de primera fila
en el culto a la bandera el escudo el himno los próceres
la democracia representativa el partido oficial y el mundo libre
cuyos sacrificios no olvidará la gente decente de este país
aunque por hoy no les podamos subir el sueldo
como desde luego es nuestro deseo»)
Siempre vieron al pueblo
crispado en el cuarto de las torturas
colgado
apaleado
fracturado
tumefacto
asfixiado
violado
pinchado con agujas en los oídos y los ojos
electrificado
ahogado en orines y mierda
escupido
arrastrado
echando espumitas de humo sus últimos restos
en el infierno de la cal viva.
(Cuando resultó muerto el décimo guardia nacional.
[Muerto por el pueblo
y el quinto cuilio bien despeinado por la guerrilla urbana
los cuilios y los guardias comenzaron a pensar
sobre todo porque los coroneles ya cambiaron de tono
y hoy de cada fracaso le echan la culpa
a «los elementos de tropa tan muelas que tenemos»),
El hecho es que los policías y los guardias
siempre vieron al pueblo de allá para acá
y las balas solo caminaban de allá para acá.
Que lo piensen mucho
que ellos mismos decidan si es demasiado tarde
para buscar la orilla del pueblo
y disparar desde allí
codo a codo junto a nosotros.
Que lo piensen mucho
pero entre tanto
que no se muestren sorprendidos
ni mucho menos pongan cara de ofendidos
hoy que ya algunas balas
comienzan a llegarles desde este lado
donde sigue estando el mismo pueblo de siempre
solo que a estas alturas ya viene de pecho
y trae cada vez más fusiles.



Fuente: Dalton, Roque. (2010). Historias y poemas de una lucha de clases. (1a. Ed.). México:
               Ocean Sur


                     

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